lunes, 2 de abril de 2012
Barba y montaña en perfecta armonía
Codo a codo con la madrugada voy deshaciendo los versos sobre el colchón. La montaña guarda oscuridad y silencio. Malgastas tu corazón arañando las estrellas que caen sobre el tejado. Ardes con los ladridos de Lea. Lento abrazas mis caderas iluminadas por la luna afilada y devorada por las nubes. Todas las madrugadas terminamos igual: abrazados al monte, inundando de paz lo que ya es paz. No existe el frío si tengo tu espalda para calentar el sueño; si gasto tus besos como almohada, o hago de tu lengua la mejor hoguera. Encender de vida una noche nunca fue tan fácil. Caminar dulce por la penumbra y ver que abril es más que treinta bocados rebeldes en tus hombros. Nunca vi una barba y una montaña en tan perfecta armonía; fundidas en una espiral de atracción y aullidos desenfrenados. Las yemas de mis dedos son conocedoras insatisfechas de las líneas de tu cuello. El cielo negro y espumoso mece el palpitar de las caricias que decido darte este lunes desorientado. ¿Por qué abrir los ojos si la mejor forma de ver se llama tacto?
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